Apendicitis crónicas (las páginas colgantes)
TEORÍA DE LA PROSA - IRRESPONSABILIDAD DEL VERSO - IMAGINACIÓN DEL ENSAYO - INCERTIDUMBRE DE LA REFLEXIÓN
Aivan
El magro campamento va desapareciendo entre sus propios y terrosos humos y se ve desde aquí como el viento se apodera de él, en un frente de guerra sin imágenes.
También, en cierto modo, me siento parte de ese furioso viento demacrado que devora —como un espíritu ancestral y hambriento— las cosas de los hombres.
Dentro de mí, el viento pestilente de la sangre, también es un demonio que viaja desde el corazón hacia el cerebro, confundiendo de fiebre las ideas en el planeta de las decisiones acertadas. El instinto opera por sobre la reflexión y se vuelve intenso y resolutivo en su exigencia de objetivos.
Luego, están los demonios que acumulan en la razón sus malas artes intentando con sacudidas despiadadas que mi viejo ángel negro se despierte, pero yo retengo en mis manos sus cadenas pese a que él se debate con su rabia intacta y su decisión de responder siempre al fuego con fuego.
—Aún puedo pensar —digo a mis compañeros, que soportan con estoicismo la contienda picante de la pólvora y el humo que levanta la breve escaramuza sobre el límite en este más o menos, siempre gris.
Sé que puedo pensar, que Aivan puede pensar y relacionarse también con lo correcto, incluso cuando apela a sus demonios.
Todo termina como el viento termina. Tan solo queda una nube de nada que se disuelve, asimismo, una vez más.
Recogemos a los vivos que quedan. Los acomodamos hacinados en la hasta ahora holgada caja del camión y nos vamos de aquí, de este lugar que para el mundo está en ninguna parte.
Aivan hace silencio. Lleva el fusil entre las piernas y el cañón apoyado sobre el beso, como suele hacerlo en la victoria. Está entre los que ocupan la caja del camión, como una vieja estatua sobre la que crece un moho exiguo.
Sé que me escucha a veces. Como hoy.
En él, la violencia no suele ser una decisión sino un recurso.
(Fragmento de Gordiano - Diarios del Sahel)
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