Chinesse garden by Kalyka |
La fragancia de flor
Seguramente despertó
un día de edredones doblados y papeles dispersos que me olvidé encima de sus
pechos.
Huí mientras
ella dormía y en mi huída, abandoné papeles por los que no supe nunca regresar.
Cuando ella despertó, yo era una sombra y el sonido lejano de un tren se ponía
en marcha, como parte la vida.
Desaparecimos
uno para el otro igual que las cosas quemadas. Una mano de viento se ocupó de
nosotros como astillas que vuelan a rincones donde nadie preguntará por ellas.
Los dos vaciamos
con cosas nuestros bolsillos llenos y ahora sé que hay codicia en los ojos de
otros cuando la observan caminar entre la nieve de las fotos antiguas. Y en mis
ojos también, hay una muda y contemplativa codicia dulce, ceñida, lejos de toda
periferia.
Ella se cambió
el nombre.
Yo también, como
siempre. No le duran los nombres a mi vida.
A veces, cuando
tengo más tiempo, sobre todo durante las altas madrugadas, entro al hábito de su
melancolía y empiezo desde el fondo, como si pudiera pasar las manos por sus
monedas mágicas y me quedo ahí, pasando los dedos por sus monedas mágicas sin
saber si la maga me ve, porque solamente percibo su hálito en esa habitación y
no sé si escucho el corazón de sus pájaros o el suyo.
No es el mío,
porque yo no tengo corazón.
Algo así me pasa.
Es muy raro lo que me pasa. Y no querer
evitarlo es lo más absurdo del ensueño. Me dejo estar en él como si por fin
alguien hubiera llegado a consolarme.
(De: Poiesis)