Un animal con
alas entró a la zona gris en la que el hombre sostiene una botella mientras
piensa una carta. Va y vuelve ese animal que vuela atormentado y que grita con
su voz de ceguera cuando intenta eludir tantas otras cartas de sombra que el silencio
interminable ha abandonado a su suerte, por allí, donde el correo no existe y
han muerto los carteros.
En el entorno de
la zona gris a veces hay un lago. Los botes que llevaban a los carteros
muertos, habitan en el fondo y son cuerpos de fango, cubiertos de algas vítreas
y confusas, que no saben leer. Ya no llegan los gestos a la orilla del mar
detrás del lago ni las botellas cuidan sus mejores mensajes. Ahora, botes,
cartas, botellas y carteros son parte residual, desecho de un equilibrio sin
equilibristas que acompasen los momentos con luz. La luna es otra. Mutó sin
prevenir al hombre que la mira y ha dejado de verla dibujar su mundo de
barrotes, negro y blanco, sobre la piel del karma. Todo es karma, piensa el
hombre que perdió la luna en medio de un monzón que ahogó también a los
antiguos botes con carteros y que dejó apenas ese trazo lineal de paralelas como
jaula invisible, jaula etérea, fantasía de jaula para encerrar penumbra
metafórica. La metáfora es humo y ya no existe hacerse en la metáfora o
deshacerse en ella. Es un vacío de niebla entre los dientes, una masticación de
sangre oscura y un recupero al fin de la violencia aquella, postergada por los
días que aún no eran solo agujeros en la trama de intentar ser mejor.
El hombre que no
espera jamás nada de nadie, sabe que lo bueno es una zona efímera en la que
siempre otro dice basta. Él, solo permanece con su espíritu de prisionero fiel,
de ancla sin barco, de resto de cadena que se desgasta al sol. Es una cosa más,
un sujeto de capricho que en la abundancia resulta prescindible y en la escasez
resulta pródigo, porque el eterno estar solo invisibiliza lo presente y lo
siempre presente no se extraña, porque siempre está ahí, a la mano de la
necesidad o al olvido de lo innecesario. Él siempre es ambas cosas, para todos,
porque siempre está ahí.
Contra la pared
ha apoyado la espalda en la costumbre de esperar la luna pero entre sus manos
ruge el mar porque aunque esté en la jaula casi por el placer de la metáfora,
su mundo es un rugido en lo sombrío. Vive a gusto en el vientre del rugido y no
sabe qué hacer con las palomas.
Si han muerto los
carteros, no creo que escribir valga la pena, piensa y rompe la última botella
contra el muro para que entre el monzón y lo devuelva al mundo de los truenos.