Regreso a la sirena
A
veces, solamente te dejo mis silencios. O en general, te dejo mis silencios,
como una vigorosa llama cruda que se consume sin deshabitar la oscuridad.
Hemos
abandonado las razones constantes, donde los vientos chocan sobre el último
risco y caen al mar. Los vemos despeñarse como pájaros incapaces de domeñar el
vuelo de su esencia. Se despeñan y caen, vueltos rocas humildes, grave canto de
espuma, aporía de sal.
Esa
mutación se asimila a nuestra propia magia, como en el eco se asimila el grito
que retorna en la piedra, una vez y otra vez.
Algo
debió pasarnos algún último día que no supimos traducir al idioma en que sumábamos
ideas melancólicas. No entendimos quizás que tanta carta se ajaba en el camino
como una discreta flor ausente que termina sin que nadie reclame su frescura.
Hechos
para durar, no sé si lo efímero perteneció a nuestras elecciones o solamente el
tiempo hizo su parte.
El
tiempo, siempre hace su parte y desmembra la mejor historia en pequeñas
porciones de sollozo.
No
sé si sigo igual. También yo muto mi condición de diente y zarpa y envejezco lo
mismo que un retrato al que el polvo le quita lentamente su gloria y sus
medallas.
Sin
embargo, cuando tus ojos cambian de solsticio, los pájaros de piedra se
levantan y el mar se vuelve único.
Sé
que, esté donde esté, conservo intacta la capacidad de oír tu canto.
(De: Quemaduras y otros algoritmos - Otros diarios de Aivan Jaid)