Hay un túnel sin luz en su final
y hay una luz sin túnel
en esa espesa astilla de la sombra
conque la calle se devora a sí misma
y a aquellos que le confian su paso miserable.
Todo en la memoria
padece de un ambiguo color sepia
aferrado al orín del hierro que supo ser
-a veces-
ese profundo mundo contenido en un canto
que acabaron comiendo los pájaros del miedo.
Ahora, aquí, en tus calles caníbales
propiedad de una ciudad caníbal que ha perdido su puerto
nos observamos sin fragilidad,
atados al destiempo de alguna edad pasada
en la que imaginarnos atrapados de vida.
El mundo
puede resultar frente a nuestros ojos
un tímido carrusel
imaginado por lo que aún no hemos asesinado de la infancia,
porque, quieras que no,
el dolor es capaz de asesinar las alas no nacidas
y fabricar en vez de un pájaro, un lagarto.
Aún podemos detener la voluntad
bajo la sombra de los olivos
y permanecer frágiles, solo para nosotros,
efímeramente frágiles
con las frentes alzadas a un viento pendular
parecido al paso de la vida.
En el espejo
el roce de los ojos tiene esa condición de la añoranza
que aprendemos a borrar levantando las manos
y así tapar la imagen que nos devuelve el tiempo.
Acumula, ese espejo invisible que habitamos,
sus magias que nos miran,
nos explican de pie
como si fuéramos inexplicables
allí, en ese retrato tantas y tantas veces malquerido.
A nuestro modo,
hemos sobrevivido a las mareas y hasta a ciertos mareos perniciosos
cuando no nos fue dada la quietud
y el rigor se transformó en un hábito
parapetado en los relojes.
«Cada vez que estés triste
siembra un olivo», me explicaron un día.
Hay infinitas formas de sembrar un olivo
en el olvido.
¿Qué hará tu corazón con esa estrella?
El desierto es una especie de vendaval vacío
que se agita en la piel
del mismo modo en que se agitan el miedo y el amor.
Tan acuciante como vigoroso
envuelve con su mudísima locuacidad
la mansedumbre en que los pensamientos se habitan a sí mismos
con esa sensación de haber perdido algo en otro mundo.
Uno deja la piel por todos lados.
Deja las cáscaras del alma entre buitres diversos que no engordan,
y deja los latidos atascados en relojes donde no pasa el tiempo.
Su humanidad se seca
mientras se desertizan sus únicos jardines sin riego por goteo.
Se saliniza su tierra de labranza
lágrima adentro sin que nunca llueva.
Todo es un espejismo,
un largo resplandor sobre los huesos igual que la luz mala
sobre el que aún agotan los leones
su fe en la cacería.
Trotan por sus sabanas imposibles
sedientos y carnívoros de luz
en una estación seca
interminable.
(de Mapamundi: contrapunto con la autora argentina Silvia Heidel)