Bolero heavy, tercera parte
La lealtad es parte del arrojo, piensa, mientras se quita la ropa sudada porque a veces el trabajo requiere mucha adrenalina y uno suda ese frío tempestuoso mientras la boca se le va secando y se le empasta hasta el punto de que las palabras o las órdenes parecen pegajosas y se quedan encima de la lengua o cuelgan con filamentos pegoteados de los labios, como flecos de masa.
Uno es leal si puede mantenerse fiel en la adversidad; si permanece, pese a la adversidad y a que todo salga del revés y aun teniendo divergencias en el modo de ver, de pensar y de sentir. El leal, sólo es leal, como una forma de vida, piensa, tratando de aclarar para sí esos conceptos que se le dan a veces, enmarcados en una filosofía de cuño propio
—¿Te hiciste otro tatuaje?
La voz suena a un reproche que no es del todo tal.
Los ojos de César están sobre su pecho con una curiosidad malsana y verde, azorados ahí, porque no está de acuerdo con eso de estar escribiéndose la piel, dice siempre.
Analiza el tatuaje sin quitar los ojos de la forma sobre el pectoral izquierdo y la roja inflamación alrededor. Su mirada de tristeza sagaz sí es un reproche, porque para César el cuerpo es un templo que hay que cuidar, proteger y por sobre todo, respetar. No andar haciéndole garabatos de pintura rupestre. Para escribir están los papeles, dice también, pero parece que a vos nunca te alcanzan.
El tatuaje está fresco y luce su mensaje sobre la piel inflamada, como una marca de yerra, agrega César.
—¿Por qué te hacés esas marcas de yerra?
—¿Para no perdérmele a mi dueño, tal vez?
—Tenés demasiadas marcas como para identificar un dueño —reflexiona César.
Está de pie en la entrada del dormitorio y sonríe, quizás porque la respuesta lo emociona.
César tiene una emoción fácil, recurrente, asoladora. Se emociona con una facilidad inconcebible y llega sin dificultad hasta las lágrimas por las cosas más nimias.
León casi puede decir que César es un llorón, pero prefiere decir que es una criatura hipersensible y eso no está mal, aunque ser así les traiga –porque es a ambos–tantos problemas con los sentimientos.
—Pero este está sobre el corazón. Hay que ser muy boludo para no darse cuenta —responde, sin enojo, casi con ternura porque el pensamiento de la sensibilidad del otro se le asienta con rotundidad en la paciencia.
—¿Es un ángel? —pregunta César ahora y se aproxima para observar la marca— ¿Te tatuaste un ángel?¿Vos?
—Sí… ¿Qué pasa? ¿No me puedo tatuar un ángel? Puede que sea aspiracional, ¿no te parece? Por ahí me pesan las «grandes alas de cadenas» —agrega León citando a Blas de Otero, para no tener que seguir dando explicaciones. No le gustan las explicaciones porque le reportan hablar mucho y eso es lo que, realmente, no le gusta. Tener que hablar mucho.
—¿Por qué un ángel? —insiste César.
—Ya te lo expliqué… Es una marca de yerra, ¿no dijiste? No soy orejano.
César alarga los dedos y roza el tatuaje.
—¿Te duele? El ángel… ¿te duele?
—Más de lo que quisiera… pero es mi elección andar tatuado así… Marcado así…
—Pertenecer… —agrega César.
(De: Diplopías)